martes, 8 de marzo de 2022

Todavía

 Este siglo se distingue por el culto al yo, al cuerpo, al ser y al hedonismo. Pareciera surgir sin pudor alguno la cara más egoísta donde "el fin justifica los medios" si ese fin es la consecución "de mi bienestar o mi capricho". Vemos situaciones que años atrás consideraríamos inconcebibles. Presenciamos el resurgimiento del yo rebelándose contra todo lo que no le plazca, como nunca antes. Apuntando contra los principios y, al fin de cuentas, contra todo lo que se considere tradicional o conservador, arguyendo conceptos que van del simple equívoco hasta lo inaudito. Un avasallamiento que desafía las leyes y no se sujeta a nada sino a su propio deseo. 

Obviamente vivimos en un siglo de plena libertad de expresión, aunque no siempre tan plena. Se manifiestan y reconocen los derechos individuales, lo cual es innegablemente muy bueno. La cuestión es cuando el ejercicio de esa libertad individual comienza a afrontar y afrentar al otro. No se puede esgrimir el argumento de la libertad individual para agredir -como fuere- a otro individuo, violando así el derecho de éste a disentir o de preferir seguir a su conciencia antes que a la filosofía de turno. La realidad. 

Afortunadamente,  no todo está perdido. Porque todavía hay conciencia, moral, amor y valentía para levantar la voz en medio del caos y osar disentir. No todo está perdido porque todavía hay corazones que se atreven a resistir la ola que sugiere que "lo malo es bueno y lo bueno es malo". Porque todavía amamos, pensamos, hacemos uso de la razón para no aceptar los absurdos que ocasionan tanto daño a muchos.

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